Julio de 2013, en algún lugar de la ruta 3, entre Comodoro
Rivadavia y Trelew. Jorge viaja con su esposa Viviana, de regreso a casa, luego
de unas merecidas vacaciones. De repente, el automóvil decide detenerse. Jorge
baja, a pesar de la temperatura hostil que debe rondar los 5 grados bajo 0.
Abre el capot y encuentra que algo no está bien. Necesita ayuda. Mira su
teléfono celular de última generación: no hay señal.
Tras pasar varios minutos esperando que alguien decida
detenerse para ayudarlo, se acerca a su esposa y le dice “voy a caminar, tal
vez encuentre alguna casilla de seguridad, una estación de servicio, algo… Vos quedate
acá en el auto”. Viviana asiente, no muy segura.
Pasan las horas: no hay noticias de Jorge. Viviana comienza
a desesperar. Sabiendo que su teléfono móvil, también de última generación, no
tiene señal, toma su abrigo y sale caminando en búsqueda de su esposo. Luego de
varias horas de caminata, a lo lejos ve una estación de servicio. “Debe ser
Garayalde, Jorge debe estar allí”, pensó.
Casi llegando a su destino, descubre que su celular, al fin,
tiene señal. Intenta llamar varias veces a su marido, pero la respuesta siempre
era la misma: “El teléfono móvil al que intenta comunicarse, se encuentra
apagado o fuera del área de cobertura”. Apura el paso, hasta que finalmente
ingresa a la estación de servicio.
Con desesperación, empieza a preguntarle por Jorge a cuanta
persona se cruza a su paso. Nada. Nadie lo vio. Se comunica con la Policía,
intentan calmarla, Viviana era víctima de un ataque de nervios.
Ya pasó una semana desde aquel día. Las autoridades buscan
sin resultados positivos a Jorge. Está desaparecido. Nadie sabe lo que le pasó…
Esta historia es ficción, pero tranquilamente podría ser
real. Si las empresas de telefonía móvil tuvieran la cobertura que prometieron
años atrás, al iniciarse el sistema GSM, Jorge se hubiera podido comunicar con
las autoridades o con algún servicio de auxilio, sin tener que salir a caminar
para buscar ayuda.
¿Recuerdan? Algunas publicidades de estas empresas rezaban,
e inclusive mostraban, que uno iba a poder comunicarse hasta en los lugares más
recónditos del país. Pero nunca invirtieron en la Patagonia. En el norte del
país, esto casi ni sucede, mientras que por estos lares, alejarse de cualquier
localidad implica quedarse sin señal.
No cumplieron. Algunos preguntarán ¿vale la pena invertir en
zonas deshabitadas? La historia narrada líneas arriba justifica ampliamente la
inversión. Las empresas se olvidan que, además de comerciar, tienen que brindar
un servicio, no todo pasa por facturar, si el estado les otorgó licencias para
explotar el rubro, tienen que cumplir.
El problema pasa por la importancia que estas empresas les
dan a sus clientes. Sí, es poca, casi nula, sólo aumenta cuando uno se atrasa
en el pago o cuándo quieren encajarte un servicio más a cambio de más guita. Y
esto va por igual para Movistar, Claro y Personal.
Todo esto sin contar las estafas y las publicidades
engañosas de las que somos víctimas los consumidores, quienes sostenemos este
negocio multimillonario. Aumentos en las tarifas sin previo aviso, cargos por
servicios nunca solicitados, los SMS Premium que llegan sin que uno se haya
adherido, los carteles que dicen en grande “4G” cuando, al menos acá en
Comodoro, ese tipo de conexión no existe.
Somos víctimas de una infinidad de estafas por parte de
estas mafias. Se cagan en sus clientes, se les ríen en la cara con publicidades
y promociones, te ponen mil excusas a la hora de intentar registrar un reclamo.
Todos, alguna vez, fuimos estafados por esta gente. Hay que ponerle freno a
todo esto.
Señores empresarios: Inviertan. Amplíen su zona de cobertura
al 100 % del país como prometieron en varias publicidades. Brinden los
servicios como corresponde. No engañen a la gente.
Señores gobernantes: Es hora de presionar. De ponerse del
lado de la gente y obligar a las empresas a invertir y sancionarlas cada vez
que caguen a la gente, con o sin (?) intención.
Hasta la próxima.